El Auto Auto-reparable: un ensayo de futuro

A mediados de los años noventa en Villaflor, una ciudad ubicada al noreste de Santa Córdoba, se vivió un curioso estudio de mercado, casi podría decirse que fue un oscuro experimento tecnológico.

Tranquila pero pujante, Villaflor era mundialmente famosa por dos cosas: sus exquisitas frutillas de exportación y sus calles minadas de baches. El suelo de aquella región tenía una composición única en el país. Esto provocaba la rotura constante de calles. Su mayor tesoro, la tierra fértil, era también el más grande problema para los habitantes de aquella localidad.

Para ese entonces la Agencia Estadounidense de Asuntos Sudamericanos (SBAA) en colaboración con la empresa de capital privado, Militar Motors, desarrollaron un prototipo de automóvil inteligente y decidieron probarlo en Villaflor.

Para la Argentina lo llamaron Auto Auto-reparable y fue promocionado con bombos y platillos por todos los medios. Si parece oírse todavía como un eco lejano la pegadiza tonadita de su publicidad de radio: “¿Tu mecánico es deleznable? ¡Decile chau!, ¡Auto Auto-reparable!”.

El Auto Auto-reparable vendría a significar una revolución en la industria automotriz y reviviría la antigua ciencia soñada por Leonardo Da Vinci: la automática. Este vehículo era capaz de reparar los daños en el tren delantero, emparchar e inflar neumáticos, alinear y balancear ruedas. Todo eso sin detener su marcha.

Fue tan fuerte la apuesta comercial que casi los regalaban y, con el plan canje, no hubo Ford Falcon ni Chevrolet 400 que no sucumbiera ante el Auto Auto-reparable. Hasta los más religiosos «pibes tuerca», esos individuos devotos de los «fierros», se dejaron encantar por este nuevo paradigma.

Una de las promesas de campaña, por aquel entonces en Villaflor, fue el programa “BACHE CERO”. El flamante intendente embargó la totalidad de la cosecha, y de varias futuras cosechas, en un empréstito leonino para cumplir dicha promesa y ordenó asfaltar definitivamente cada calle, cada avenida, cada sendero de su ciudad. No quedó ni un solo caminito de cabras sin asfaltar y señalizar en exceso.

El intendente de Villaflor era don Fausto Coccioli, un hombre de honor y ferviente devoto de la Virgen de los Peregrinos de La Candelaria, que inauguró personalmente cada centímetro cuadrado de asfalto con su lema “Villaflor va por el buen camino”.

No debió pasar mucho tiempo para que comenzaran a surgir los problemas. Una noche, un adolescente de 17 años se quedó durmiendo dentro del auto de su padre para poder pescar in fraganti a su vecino, de quién sospechaba que les robaba el suplemento dominical del diario, una práctica muy común en aquella época. A la mañana siguiente el auto estaba totalmente bloqueado, no abrían las puertas ni se podían girar las ruedas. El pobre muchacho quedó adentro. Varios vecinos también comenzaron a tener, esporádicamente y de manera aleatoria, el mismo problema. Para colmo, la empresa fabricante sólo respetaba la garantía en su sede central de Detroit.

Entonces debían mandar con urgencia los autos a la casa matriz. Se pretendió enviar por barco a los primeros que fallaron, pero quedaron trabados en la aduana. Ni uno solo llegó a su destino. El funcionario de aduana alegó la mala confección de los formularios de exportación, por no encontrar la posición arancelaria apropiada para ese tipo de vehículo. Algunos despachantes los registraban como vehículos con herramientas automáticas incroporadas, otros como máquinas herramientas con asientos reclinables incorporados, en fin. Lo más grave fue que, al llevar algunos conductores atrapados en el interior de los vehículos, se sospechaba el tráfico de personas. ¡Y no era para menos!

No todos los vehículos fallaban, muchos seguían funcionando correctamente.

Un ingeniero ya jubilado, Benito Benni, oriundo de Corondia, comenzó a estudiar las causas del desperfecto. Observó que los coches con fallas solo se movían dentro de Villaflor. Por el contrario, los que funcionaban bien pertenecían a personas que viajaban regularmente a ciudades vecinas.

Entonces encontró el problema, el Auto Auto-reparable, estandarte de la ingeniería moderna, no era tan inteligente como se decía. El sistema Auto-reparable entraba en funcionamiento periódicamente, haya o no daños en el vehículo. Entonces, si un auto era reparado sin estar previamente averiado corría el riesgo entrar en estado de sobrerreparación. Aparentemente, los diseñadores del Auto Auto-reparable desestimaron la posibilidad que el intendente asfalte todas las calles, no sabían nada de aquel programa bache cero. Imperdonable.

Por lo tanto, Benito Benni llegó a la siguiente conclusión: para darle un mantenimiento óptimo al auto había que averiarlo periódicamente. De lo contrario, el sistema Auto-reparable se activaría provocando inconvenientes y aumentando gradualmente la estructura mecánica del automóvil, llevándolo a un estado inutilizable.

Como ya no había baches en la ciudad, los autos no se rompían más. Al hacerse pública la noticia, cayó una lluvia de demandas internacionales contra la empresa. Otros usuarios menos civilizados y de armas tomar formaron brigadas nocturnas con picos, palas y martinetes, y fueron rompiendo una a una las calles de la pujante y dramática Villaflor. Con la esperanza, claro está, de volver a ser felices con sus Autos Auto-reparables, unos patriotas. No faltaron oportunistas que salieron a vender el “Auto Gym”: un enorme y complejo aparato similar a una cinta para correr, pero con baches, para ejercitar con el Auto. Dicen que a río revuelto, ganancia de pescador.

El intendente, frente a esta situación, pidió la intervención del estado nacional. El gobierno, siguiendo al pié de la letra las instrucciones de la agencia estadounidense SBAA, ordenó quitar del mercado y del parque automotor cada una de las cinco versiones del Auto Auto-reparable: AA SR, AA 4.0, AA Base, AA Weekend y AA Cabriolet. Así fue como uno a uno, Auto Auto-reparable por Auto Auto-reparable fue retirado de circulación y enviado secretamente a los Estados Unidos.

Los que estaban en la aduana también fueron llevados. De la gente atrapada no se supo más nada.

Ni el paso de la guerra hubiera dejado tanta destrucción. En menos de un año Villaflor se quedó sin caminos, con toda su producción de frutillas embargada, endeudada, sin mecánicos ni medios de transporte. Una gran civilización retrocede miles de años para comenzar prácticamente desde el punto previo a la invención de la rueda.

Hoy, 30 años después, recién se comienza a cerrar aquella herida casi fatal. Aquella tragedia volvió escombros una inocente y pujante ciudad.

Pero no gana quien no apuesta; el pueblo de Villaflor aprendió la lección. Nunca más deudas, nunca más proyectos faraónicos, nunca más bache cero, y sobre todo: Nunca más Auto Auto-reparable. Hoy se recupera de aquel trágico accidente con mucho esfuerzo, pese a que sus calles aún son intransitables. El éxito en la producción de frutillas poco a poco fue recuperando su economía y elevando el poder adquisitivo de su población.

La recuperación económica se nota al ver cada vez más familias paseando en vehículos todo terreno y las novedosas camionetas 10×10-oruga traídas del Reino Unido. Se estima que para fines de 2023 Villaflor será orgullosamente la ciudad con más camionetas 10×10-oruga por habitante en toda Latinoamérica.

Los baches ya no son un problema, sobre todo porque el municipio proyecta comenzar prontamente la construcción de una red de autopistas aéreas, esas que flotan en el aire y contaminan, pero no tanto. Según dicen los villafloreños, es lo que se viene.

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